domingo, noviembre 29

El último semáforo

Jorge debía irremediablemente preguntar por su ruta en ese último semáforo, antes de meterse en la autopista. Pero no había nadie en él. Si perdía su salida, le tocaría recorrer al menos treinta kilómetros más y, lo que era peor, llegaría tarde a su entrevista de trabajo. En ese instante, a su derecha se detuvo un flamante Mercedes. Al volante estaba un señor de unos sesenta años y de aspecto altivo. Su boca dibujaba el típico rictus del empresario insatisfecho con la cuenta de resultados. Además, el hombre debía de estar enfermo porque no dejaba de sacudir la cabeza. Jorge casi no se atrevía a preguntarle pero debía hacerlo. Sacó la cabeza por la ventanilla del lado pasajero y, con gesto respetuoso, le pidió que bajara el cristal. A Jorge le pareció que, de frente, la cara del señor era aún más impresionante. Sin inmutarse, el empresario disgustado pulsó el botón para bajar la ventanilla. De repente, del interior del Mercedes salieron, atronadores y ensordecedores, los acordes más estridentes del estribillo de “I can’t get no” de los Rolling Stones. Al ver la cara conmocionada de Jorge, el hombre, con una ligera mueca a modo de disculpa, detuvo inmediatamente la música. Algo atolondrado, Jorge acertó a duras penas a preguntarle por la salida de Chinchón…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Carl Fredricksen

miércoles, noviembre 25

El gancho...

El supermercado no era demasiado grande y su único vigilante lo tenía todo controlado. Así, el hombre, plantado en la entrada, vio cómo detrás de dos amas de casa entró un señor de unos cincuenta años, elegante, cubierto con un amplio abrigo oscuro. Le saludó con una amable sonrisa de bienvenida. Detrás del señor entró un joven, camisa fuera, cabeza gacha y mirada furtiva. De inmediato, al vigilante se le dispararon las alarmas y, sin perderlo de vista, le siguió a distancia para, más tarde, casi pegarse ya a él durante el buen rato que estuvo en el súper. Con seis años de servicio, el hombre podía oler a los raterillos a la legua. El chico dio una vuelta por el supermercado hasta detenerse en ferretería. Allí, miró y toqueteó casi todo: herramientas, grifos, bombillas... El nivel de alerta del vigilante estaba al máximo. Finalmente, de forma ostensible, el joven cogió un ganchito blanco con base autoadhesiva, de esos que se usan para colgar algo en la cocina. (¡Un gancho! ¿Para qué querrá este un gancho? -pensó el vigilante.) Tras un par de vueltas más por el súper, el joven se dirigió a las cajas para pagar su gancho. El vigilante, sin perderle ojo, se plantó delante de la puerta de salida en actitud firme hasta que salió. Contento por haber hecho bien su trabajo impidiendo un robo seguro, el hombre siguió velando por la seguridad del local, mirando de lejos a las amas de casa habituales.
Ya en el aparcamiento, el chico se metió en una furgoneta destartalada. En su interior, el señor elegante de abrigo oscuro aún estaba extrayendo de sus numerosos bolsillos un sinfín de artículos de todo tipo, a cual más caro…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Arsène Lupin

jueves, noviembre 19

La cita

Marisa estaba muy nerviosa: por primera vez en mucho tiempo, tenía una cita. Sus amigas, entusiasmadas, no pararon de darle consejos mientras se acicalaba frente al espejo:
- Y ya sabes, no dejes que te tome de la mano demasiado pronto -le dijo Ana con voz temblorosa, embargada por la emoción.
- Y nada de sentaros en una terraza al aire libre, que luego la gente habla mucho -avisó Feli.
- Y que no se te ocurra pedir cerveza, toma horchata -le advirtió Pilar.
- ¡Deja ya de pintarte, chica! ¡Que tampoco te hace tanta falta! -le dijo Toñi, refunfuñando.
- Esa blusa tiene demasiado escote y se transparenta, ¿no os parece? -opinó Luisa, en tono severo.
En vez de tranquilizarla, la profusión de consejos la soliviantaba aún más. Pero sabía que ella hubiese actuado igual.
Hecha un flan, Marisa salió por la puerta y Pilar, con una risita de quinceañera, le recordó:
- No te olvides de preguntarle si tiene amigos, ¡que somos muchas y libres como el viento! ¡Jijiji!
Ya estaba en la parada de autobús que se encontraba justo enfrente de la residencia "El descanso de las abuelitas", cuando Feli le gritó:
- ¡Marisa, no vuelvas tarde! ¡Recuerda que a las diez cierran la puerta de la residencia!

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante
Nunca es tarde para la ilusión.

lunes, noviembre 16

La espera...

A esas horas de la mañana, la cafetería estaba abarrotada. Como todos los días, las mismas parejas tomando café y los mismos grupos de mujeres charlando y riendo animadamente. Tras echar una larga ojeada por las mesas ocupadas, se acercó a la barra, frente a la estrepitosa máquina de café y, como todos los días, pidió un café con leche y una magdalena. Con una tímida sonrisa, le preguntó al camarero en un susurro:
- Antonio, ¿ha llegado mi mujer de la compra?
- No, señor Juan, hoy no la he visto por aquí.
Lentamente, mojaba la magdalena en el café mientras miraba ansiosamente hacia la puerta cada vez que alguien entraba. Al cabo de un buen rato pagó y se marchó, no sin antes mirar una vez más a su alrededor.
Antonio, el camarero, le siguió con la mirada. Hacía tres años que el señor Juan le preguntaba lo mismo todas las mañanas: el anciano no se resignaba a la idea de que su mujer ya no volvería nunca más…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Vincent van Gogh - Dr. Grachet

sábado, noviembre 14

Ciber-ligue...

Por primera vez en su vida, Ramón, felizmente casado, iba a intentar iniciar una aventura. En el fondo, era más por vanidad que por otra cosa.
Todo empezó tres meses atrás: chateando en la red entabló conversación con “Ana”. Ese día, por fin, iba a conocerla. Él era “Luis”. Se citaron en una de las cafeterías de un conocido centro comercial del extrarradio. Como jamás intercambiaron fotos, Luis, es decir Ramón, iría con un periódico en la mano y Ana con una revista. Pero Ramón, por cobardía, fue a la cita sin el periódico. Ya localizaría a Ana con su revista, se dijo. ¡Claro que también ella podía hacer lo mismo! Bueno, ya improvisaría. Apenas entró en la cafetería, con unos estudiados minutos de retraso, se llevó una sorpresa descomunal: en la primera mesa, mirándolo con ojos como platos, estaba María, su mujer, delante de un café.
- Pero... ¿qué haces tú aquí? -preguntaron los dos a la vez.
- Pues… acabo de salir de ver a un cliente -dijo él, con cierto aplomo. ¿Y tú?
- Pues yo había quedado con Pili para ir de tiendas por aquí pero me acaba de llamar diciendo que ha tenido un contratiempo y que finalmente no puede venir, ¿me acompañas?
- ¡Vale! -contestó Ramón al tiempo que, de soslayo, miraba por la cafetería donde no vio ninguna mujer sola…

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante


Bistrot "Les deux magots" Saint Germain des Prés - Johanson 


jueves, noviembre 12

Los 60...

A sus sesenta años, Pedro aún viajaba mucho a causa de su trabajo de representante de comercio. A la hora de la comida, para aliviar su soledad, se inventó algunos juegos mentales. Uno de estos juegos era contar los comensales que, en apariencia, eran mayores que él. En general, la proporción siempre era muy baja: en muchas ocasiones él era el de mayor edad. A causa de estos resultados, que decidió negativos, el juego se fue tornando poco a poco en obsesión. Hasta el día en que llegó temprano al restaurante de un área de servicio en el que comía un grupo de jubilados pertenecientes a la asociación de jubilados del país. Los números le salieron favorables y se sintió rejuvenecido. Desde ese día decidió detenerse sólo en los restaurantes en cuyo aparcamiento hubiese algún autobús. Los días en que después de varios intentos no encontraba ninguno, se quedaba sin comer...

Por Víctor Pérez - © 2009 en adelante

Hip hip hurrah! de Peter Severin Krøyer