viernes, marzo 26

El precio de la pasión

Bajó del tren y vio que, a lo lejos, destacando su hermosa melena morena entre la multitud, ella le estaba esperando. Sin pensarlo dos veces soltó las maletas y, abriéndose paso entre el gentío, salió corriendo a su encuentro. Hacía más de tres meses que, por cuestiones de trabajo, había estado fuera de casa. Se fundieron en un abrazo y él, ajeno a todo lo que les rodeaba, la estrechó fuertemente girando con ella un par de veces. El bullicio se convirtió en murmullo y los avisos de megafonía anunciando trenes de ida y vuelta, de costumbre estridentes y molestos, pasaron casi inadvertidos. Solo oían los latidos de sus corazones, acompasados, al unísono. Y así estuvieron varios minutos, sin pronunciar una sola palabra, como flotando en una burbuja aislada en medio de la multitud. La gente, sonriente, les miraba casi con envidia.
Poco a poco, los viajeros y sus acompañantes fueron desapareciendo del vestíbulo de la estación de tren y las indicaciones de la megafonía dejaron de golpear la cúpula. Quedaron solos.
- Cariño –dijo ella de repente, con la mirada como perdida en la lejanía- debemos ir a la policía.
- ¿A la policía? –exclamó él, alarmado- ¿Y eso por qué?
- Tus maletas han desaparecido.

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante

¿Reencuentro? ¿Despedida? Chi lo sa!

domingo, marzo 21

Low cost

La policía conocía todos los trucos utilizados por los delincuentes en los aeropuertos. Particularmente los de sustracción de equipajes.
Oferta de fin de temporada: Barcelona-Milán por 18 euros ida y vuelta, tasas incluidas. Salida a las 7 de la mañana y regreso a las 8 de la tarde del mismo día. Tiempo más que suficiente para hacer turismo y algunas compras en las rebajas.
Ya de regreso, solo había que dirigirse hacia la zona de recogida de equipajes de la terminal T1 donde, en alguna de sus 16 cintas, cualquier maleta desamparada procedente quizá de mundos lejanos, solo esperaba a que alguien, fuese ya quien fuese, la recogiera.
En la salida de la zona de recogida, los tres policías se dirigieron unánimes al joven viajero de cabeza gacha cuyas pintas les parecieron desentonar con el vistoso maletín enruedado del que tímidamente tiraba:
- Buenas tardes caballero, ¿le importaría abrir su maletín? –le pidió, exquisito, uno de los policías cortándole el paso mientras los otros dos lo flanqueaban, entorpeciendo incluso la maniobra de otro pasajero que llegaba justo detrás, empujando con dificultad aunque con elegancia y distinción, un carrito cargado con tres enormes maletas, una marrón y dos azules.
- Por supuesto, señor, aunque la cerradura siempre me falla. Contestó el joven, aparentemente nervioso.
- ¿Qué lleva Ud. en su maletín? –preguntó uno de los policías.
- Pues…, ropa. –contestó el viajero mientras lidiaba con la cerradura numérica.
- ¿Qué tipo de ropa lleva exactamente, señor? –preguntó el tercer policía. ¿Podría Ud. describirla de manera precisa, si es tan amable?
- Sí, claro: llevo un par de vaqueros, una cazadora azul, un polo de color marrón y otro negro, dos pares de calzoncillos, tres pares de calcetines negros, un par de zapatos marrones del 43 y un neceser. – contestó el joven casi de carrerilla, ante el asombro de los policías, justo antes de que, por fin, consiguiera abrir su reluciente maletín.
Intrigados, los policías hicieron rápidamente el inventario del contenido del maletín: correspondía exactamente a lo descrito por el joven pasajero.
- Muchas gracias caballero, puede Ud. continuar su camino – le indicó el primer policía.
Unos minutos después, en el aparcamiento del aeropuerto, el joven se introdujo en una furgoneta en cuyo interior le esperaba sonriente un señor maduro y elegante. En la parte trasera de la furgoneta, tres enormes y espléndidas maletas, una marrón y dos azules, esperaban abrirse a la luz después de haber recorrido quién sabe cuántos kilómetros…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante