viernes, octubre 22

El hombre invisible

Hace un par de días descubrí con preocupación que tengo poderes: de manera incontrolada, a ratos, me vuelvo invisible. Probablemente ya era invisible desde hacía algún tiempo pero no me había dado cuenta. Aunque lo que de verdad me hubiese gustado, ya puestos, era flotar en el aire. No como Superman, no. Solo desplazarme suavemente por el aire. Era mi sueño de toda la vida. Lo de ser invisible, aunque es fascinante, me preocupa, incluso me frustra.
Esta mañana, camino de la panadería me crucé con un grupo de escolares alborotados. Me dije que era una buena ocasión para poner a prueba mis poderes. Algo temeroso, me quedé inmóvil en medio de la acera. El grupo de niños y niñas me engulló sin darse cuenta de mi presencia. Uno de los chicos incluso escupió al suelo y el salivazo se estrelló sobre mi zapato. Otro, sin verme, el pobre, me golpeó con su pesada mochila haciendo que me bamboleara como un tentetieso durante unos instantes. Sin lugar a dudas, era mi momento invisible. Un poco más adelante, dos mujeres jóvenes salieron de la panadería charlando animadamente y yo, alentado por mi invisibilidad, a su paso hice lo que nunca en mi vida me atreví hacer: les lancé un “¡Guapas!”. Como era de esperar, las mujeres no me oyeron y continuaron su charla y su camino, imperturbables. Lo cual, en el fondo, no dejaba de incomodarme un poco.
En la panadería pedí la vez. Nadie me contestó. Como era de prever, ninguna de las seis o siete clientas que esperaban turno me vio o me oyó. Además de invisible, era inaudible. Volví a preguntar:
-¿La última, por favor?
Nada.
En eso que entró una señora. Hizo la pregunta de rigor:
-¿La última?
-¡Yo! – Contestó una señora bajita muy embarazada.
Por suerte, en el momento crítico se ve que perdí la invisibilidad:
- ¡Perdone, pero estoy yo antes! – Dije con recelo y sin convicción.
- Ah, usted perdone, señor. No le había visto. Cuando se llega hay que pedir la vez, ¿sabe? –Me soltó la embarazada bajita, toda dogmática ella.
- Ya, perdón, no me di cuenta - dije a modo de excusa por no explicar que a veces me volvía invisible. Por muy molesto que me sintiera, no iba a revelarles a todas mi triste secreto.

La verdad es que ya empezaba a cansarme de esos poderes. Era como estar un poco muerto y, a mi edad, eso me daba mala espina. En dos días me aburrí de ser invisible.

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante



Una particularidad de la vejez es la invisibilidad...

lunes, octubre 18

Secuelas profundas

Pertrechado con los accesorios de protección y los sensores biométricos, el viajero se embutió en la cápsula. Aseguraron las hebillas de su arnés y comprobaron que todos los parámetros biológicos y telemétricos eran correctos. Pese a su actitud despreocupada y a sus comentarios jocosos, su ritmo cardíaco estaba muy acelerado. En la plataforma de espera, sus compañeros no paraban de gastar bromas intentando demostrar que no le tenían ninguna aprensión al ejercicio que  iniciarían cuando les llegase el turno y por el que, como tantos otros turistas venidos también de muy lejos, habían pagado tanto dinero.
Y así, uno tras otro, cada tres horas, de día o de noche, los aventureros bajaban solos, estrujados en el estrecho vientre de la cápsula hasta las “profundas entrañas de la Tierra”, como rezaba la publicidad.
Una vez allá abajo, los “exploradores” permanecían durante dos interminables horas en el fondo desnudo y frío de la mina, envueltos por el sepulcral silencio del aislamiento que podían aprovechar para meditar. Los promotores garantizaban “una experiencia única y sobrecogedora” que, a tenor del semblante que presentaban los viajeros a su regreso, parecía bien real.

De vuelta a la superficie, cada uno recibía un certificado firmado “en nombre de los 33”, acreditando su gesta…

Por Víctor Pérez - © 2010 en adelante


Nota: este minirelato está asociado con esta entrada.

Oscuridad, silencio, soledad...